Sexo mientras hablamos por teléfono

Tu voz entra por mi oído como una lengua caliente. No hace falta que te vea; con solo escucharte sé que estás excitado. Se nota en cómo respiras, en cómo dices mi nombre, en la pausa exacta antes de soltar esa palabra que sabes que me enciende.

Me recuesto, bajo las luces, y me deslizo una mano entre las piernas mientras tú describes lo que harías si estuvieras aquí. Me dices que empezarías despacio, con tus labios en mi cuello, con tu lengua bajando por mi pecho, con tus dedos explorándome como si nunca antes me hubieras tocado.

Yo gimo. No puedo evitarlo. Quiero que me escuches. Quiero que sepas que me tienes húmeda, abierta, esperando. Me hablas más sucio, más bajo, como si tu voz pudiera entrar entre mis piernas. Me dices que ya estás duro, que estás tocándote también, que cada jadeo mío te acelera.

No nos vemos, pero nos imaginamos. No nos tocamos, pero nos estremecemos. Nos masturbamos al compás del deseo compartido, al ritmo de nuestras palabras que ya no son frases, sino gemidos, órdenes, promesas calientes.

Y cuando llegamos, al mismo tiempo, en un estallido que atraviesa cables y pantallas, solo queda el silencio, los suspiros, el sonido de dos cuerpos satisfechos a distancia… conectados por algo más que un teléfono.