No te lo pregunto con inocencia. Lo sabes.
Cuando te dije “¿Quieres tener una charla caliente conmigo?”, ya tenía una mano entre las piernas. Ya te imaginaba con esa voz grave, respondiéndome que sí, que querías oír todo lo que saliera de mi boca mientras te imaginabas dentro de mí.

Estoy en la cama, con la luz apagada, desnuda. La pantalla del celular ilumina mi pecho, que sube y baja con cada respiración agitada. Mis pezones están duros. El aire está cargado. No necesito que estés aquí para sentirte. Solo necesito tu voz y esta necesidad que me arde entre las piernas.

Te cuento lo que estoy haciendo. Cómo mis dedos se deslizan lentamente sobre mi clítoris. Cómo me muerdo el labio pensando en tu lengua, en tu cuerpo encima del mío, en tu mano sujetándome del cuello mientras me follas contra la pared. Te describo cómo me toco, cómo mi espalda se curva, cómo gimo tu nombre.

Es ese silencio sucio, íntimo, que queda después de haber compartido algo profundamente carnal. Sonrío.
Y pienso: esta charla caliente… fue solo el comienzo.