Vamos a hablar de nuestras fantasías más atrevidas

Estoy desnuda sobre las sábanas, con el teléfono en la mano y las piernas abiertas. Tu voz entra como un gemido lejano que me recorre la espalda. No me preguntas cómo estoy. Me preguntas qué deseo. Qué imagino cuando cierro los ojos y dejo que el cuerpo mande.

Respiro hondo. Estoy húmeda, caliente, preparada para contarlo todo.

Te digo que fantaseo con estar atada. Muñecas sujetas al cabecero. Cuerpo expuesto. Ojos vendados. Que alguien más me toque mientras tú observas. Que seas tú quien decida cuándo me puedo correr, si es que me lo permites. Solo tu voz guiándome, marcando cada gesto, cada caricia.

Te imagino al otro lado, masturbándote mientras me escuchas. Lo sé por tu respiración, por ese silencio que se llena de jadeos bajos. Eso me excita aún más. Me llevo los dedos al centro. Estoy empapada.

Sigo contándote lo que me calienta: imaginar tu boca en mi cuello mientras alguien más me penetra por detrás. Pensar en tu lengua jugando con mi clítoris mientras mis piernas tiemblan, mis pechos se aprietan contra el colchón, y la piel me arde de tanto placer acumulado.

Me toco con desesperación. Froto con fuerza, húmeda, ruidosa. No hay vergüenza. Me estás escuchando mientras me follo con la mano, mientras gimo tu nombre entre dientes, mientras me pierdo en las imágenes que tus fantasías provocan en las mías.

Y así, entre palabras, deseo y fantasías que nos arrancaron el alma, terminamos los dos. Vacíos. Encendidos. Y con las ganas intactas para la próxima vez.